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Cuando
llegué, mi marido pareció excitado de verme y gritó con gran alegría:
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"¡Querida, te tengo una sorpresa para la cena esta noche!"
Él entonces
me vendó los ojos y me condujo a mi silla en la mesa. Tomé asiento y cuando
estaba a punto de quitarme la venda de los ojos, el teléfono sonó. Me hizo
prometer no tocar la venda hasta que él volviera y se fue a contestar la
llamada.
La fabada que
había consumido todavía me afectaba y la presión se hacía más y más
insoportable, tanto que mientras mi marido estaba fuera, aproveché la
oportunidad, me apoyé en una pierna y dejé caer uno. No era ruidoso, pero olía
como un camión de fertilizante delante de una fábrica de pulpa de papel. Tomé
la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire alrededor de mí enérgicamente.
Entonces,
cambiando a la otra pierna, dejé escapar otros tres. ¡¡La peste era peor que la
col cocinada!!!
Manteniendo
mis oídos atentos a la conversación de mi marido en la otra habitación,
continué tirando unos cuantos durante otros pocos minutos.
El placer
era indescriptible. Cuando más tarde la despedida telefónica señaló el final de
mi libertad, rápidamente abaniqué el aire unas cuantas veces más con mi
servilleta, la coloqué sobre mi regazo y doblé mis manos atrás sintiéndome muy
aliviada y complacida conmigo misma.
Mi cara debe
haber sido la imagen de la inocencia cuando mi marido volvió, pidiendo perdón
por tomar tanto tiempo. Él me preguntó si yo había echado una ojeada por debajo
del vendaje de los ojos, y le aseguré que no.
En este
punto, él me quitó la venda de los ojos, y doce invitados a la cena sentados
alrededor de la mesa, entre ellos mis suegros, cantaron a coro: ¡Cumpleaños Feliz!
¡¡ Y ...me desmayé!!!!!!!!!!!!!
¡¡ Y ...me desmayé!!!!!!!!!!!!!
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