El siempre despistado obispo de Exeter 
olvidó su billete justo cuando iba a coger el tren, así que se dirigió al 
revisor para comentárselo. No se preocupe, señor. Sabemos 
perfectamente quién es usted le dijo el hombre tratando de 
calmarlo. 
Eso es genial – insistió Cecil -. Pero sin billete, ¿Cómo sabré a donde tengo que ir?
Eso es genial – insistió Cecil -. Pero sin billete, ¿Cómo sabré a donde tengo que ir?

Mark, joder, que se me había pasado tu comentario. Ya perdonarás.
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