El siempre
despistado obispo de Exeter olvidó su billete justo cuando iba a coger el tren,
así que se dirigió al revisor para comentárselo. << No se preocupe,
señor. Sabemos perfectamente quién es usted>>, le dijo el hombre tratando
de calmarlo. << Eso es genial – insistió Cecil -. Pero sin billete, ¿Cómo
sabré a donde tengo que ir? >>.
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