El año pasado Irena fue propuesta para recibir el Premio Nobel de la
Paz... Pero no fue seleccionada Se lo llevó Al Gore, por unas diapositivas sobre
el Calentamiento Global y en 2009, Obama sólo por buenas intenciones.
Mientras la
figura de Oscar Schindler era aclamada por medio mundo gracias a Steven
Spielberg que se inspiró en él para hacer la película que conseguiría siete Oscar en 1993 narrando la vida de este
industrial alemán que evitó la muerte de 1.000 judios en los campos de
concentración, Irena Sendler seguía siendo una heroína desconocida fuera de Polonia y apenas
reconocida en su país por algunos historiadores, ya que los años de oscurantismo
comunista habían borrado su hazaña de los libros de historia oficiales. Además
ella nunca contó a nadie nada de su vida durante aquellos años.
Sin embargo,
en 1999 su historia empezó a conocerse y fue, curiosamente gracias a un grupo
de alumnos de un instituto de Kansas y a su trabajo de final de curso sobre los
héroes del Holocausto. En su investigación dieron con muy pocas referencias
sobre Irena, sólo había un dato sorprendente: había salvado la vida de 2.500
niños.
Cómo es
posible que apenas hubiese información sobre una persona así? Pero la gran sorpresa
llegó cuando tras buscar el lugar de la tumba de Irena, descubrieron que no existía porque ella aún
vivía, y de hecho todavía vive. Hoy es una anciana de 97 años que reside en un
asilo del centro de Varsovia en una habitación donde nunca faltan ramos de
flores y tarjetas de agradecimiento procedentes del mundo entero.
Cuando
Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de
Bienestar Social de Varsovia el cual manejaba los comedores comunitarios
de la ciudad.
En 1942 los
nazis crearon un ghetto en Varsovia e Irena horrorizada por las condiciones en
que se vivía allí se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos.
Consiguió
identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha
contra las enfermedades contagiosas. Como los alemanes invasores tenían miedo
de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controlaran
el recinto
Pronto se
puso en contacto con familias a las que les ofreció llevar a sus hijos fuera
del Gueto. Pero no les podía dar garantías de éxito.
Era un
momento horroroso, debía convencer a los padres de que le entregaran sus hijos
y ellos le preguntaban: "¿Puedes prometerme que mi niño
vivirá?"……
¿Qué se
podía prometer cuándo ni siquiera se sabía si lograrían salir del gueto? Lo
único cierto era que los niños morirían si permanecían en él.
Las madres y
las abuelas no querían desprenderse de sus hijos y nietos. Irena las entendía
perfectamente, en aquel entonces, ella era madre, y de todo el proceso que ella
llevaba a cabo con los niños, el más duro era el momento de la separación.
Algunas
veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar
hacerlas cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados
al tren que los conduciría a los campos de la muerte.
Cada vez que
le ocurría algo así, luchaba con más fuerza por salvar a más niños.
Comenzó a
sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo lo
que estaba a su alcance para esconderlos y sacarlos de allí: cestos de basura,
cajas de herramientas, cargamentos de mercaderías, sacos de patatas, ataúdes...
en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape.
Logró
reclutar al menos una persona de cada uno de los diez centros del Departamento
de Bienestar Social.
Con su
ayuda, elaboró cientos de documentos falsos con firmas falsificadas dándole
identidades temporarias a los niños judíos.
Irena vivía los tiempos de la guerra pensando en los tiempos de la paz. Por eso
no le alcanzaba con mantener con vida a esos niños.
Quería que
un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias
personales, sus familias.
Entonces
ideó un archivo en el que registraba los nombres de los niños y sus nuevas
identidades.
Apuntaba los
datos en pedazos pequeños de papel y los enterraba dentro de botes de conserva
bajo un manzano en el jardín de su vecino.
Allí aguardó
sin que nadie lo sospechase el pasado de 2.500 niños… hasta que los nazis se
marcharon.
Pero un día,
los nazis supieron de sus actividades.
El 20 de
octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la
prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada.
En un
colchón de paja de su celda, encontró una estampa ajada de Jesucristo. La
conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de
su vida, hasta el año 1979, en que se deshizo de élla y se la obsequió a Juan
Pablo II.
Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que
albergaban a los niños judíos; soportó la tortura y se rehusó a traicionar a
sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos.
Le rompieron
los pies y las piernas además de innumerables torturas. Pero nadie pudo romper
su voluntad. Así que fue sentenciada a muerte.
Una
sentencia que nunca se cumplió porque camino del lugar de la ejecución, el
soldado que la llevaba la dejó escapar. La resistencia le había sobornado
porque no querían que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los
niños.
Oficialmente
figuraba en las listas de los ejecutados, así que a partir de entonces, Irena
continuó trabajando pero con una identidad falsa.
Al finalizar
la guerra, élla misma desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar
a los 2.500 niños que colocó con familias adoptivas.
Los reunió
con sus parientes diseminados por todo Europa, pero la mayoría había perdido a
sus familiares en los campos de concentración nazis.
Los niños
sólo la conocían por su nombre clave: Jolanta.
Pero años
más tarde cuando su historia salió en un periódico acompañada de fotos suyas de
la época,varias personas empezaron a llamarla para decirla: “Recuerdo tu
cara….soy uno de esos niños, te debo mi vida, mi futuro y quisiera verte….”
Su padre un
médico, que falleció de tifus cuando ella era todavía pequeña, le inculcó lo
siguiente:
“Ayuda siempre al que se está ahogando, sin tomar
en cuenta su religión o nacionalidad. Ayudar
cada día a alguien tiene que ser una necesidad